Lo que veoDespués de ver en Internet imágenes de esculturas y edificios públicos de la década del treinta, construidos por Francisco Salamone; Viajé a Argentina apostando que ese contacto en vivo, desencadenaría una lluvia de ideas que repercutirían en las esculturas que estaba haciendo. Cuando llegué a la localidad donde trabajó Salamone, lo primero que hice, fue tomar fotografías de sus obras, mirándolas me dí cuenta que eran iguales a las imágenes que días antes había visto en sitios web. [1]¿Por qué tomamos fotografías de cosas, paisajes, situaciones que han sido mil veces fotografiadas? Qué sentido tiene viajar y tomar fotografías que ya vimos? A 400 km. de Bs. Aires, está Azul; llegué ahí el11 de febrero del 2010. Las 5 horas que duró el viaje en bus me ayudaron para aclimatarme. Recliné el asiento del segundo piso del pullman y descansé mirando el horizonte; la monotonía de la pampa me hacía creer que no nos movíamos. Llegada a mi destino, encontré alojamiento cerca de la estación, dejé mis bultos y salí pidiendo señas sobre el camino al cementerio; caminaba en dirección contraria a la gente y al centro de la ciudad. Casi, topando el límite Azul, frente al bandejón de la bifurcación, estaba el pórtico del cementerio. El atardecer iluminaba frontalmente un ángel estático y una enorme sigla RIP. En el primer plano estaba la figura en hormigón faceteado de un ángel majestuoso, a los lados unas columnas con llamas esquemáticas del mismo material y de fondo un murallón muy alto con el Requiescat In Pace, entre metrópolis de Fritz Lang y la 20th Century Fox. Me gustaba lo que veía, enorme, sólido, extemporáneo y demente. Pero al mismo tiempo hermético, qué hago con esto? Ahí está, lo estoy viendo, tomo fotografías y …. ahora qué? Cómo me vinculo con esta cosa?…Tratando de justificar mi viaje, busqué con la cámara de bolsillo más ángulos para tener alguna imagen que me explicara por qué viajé ahí; no había nada que fotografiar porque no sabía cómo ver. El viaje que había preparado estaba fundado en la confianza de que llegando al lugar, aparecerían espontáneamente ideas para integrar a mi investigación sobre la solidificación del paisaje; no pensé que quedaría parada y muda exprimiendo el obturador. A la mañana siguiente, me senté en una terraza con vista a la plaza. Y escribí con resignación lo que veo lo ven todos. Años atrás siendo estudiante de antropología, me había pasado algo parecido cuando viví quince días en una comunidad de huilliches pescadores; mi informe partía haciendo esta declaración: No tengo nada que decir y todos los que están aquí saben más de este lugar que yo. Pero a este viaje nadie me empujó, me lo fabriqué yo. Era crucial pasar por encima de ese estado de inmovilidad y enfrentar esta incomodidad, era un punto de partida sincero Ya estoy aquí, repetí en silencio un par de veces y anoté una instrucción: trata de ver más, ayúdate con un dibujo. Esta orden para enfermos convalecientes, era mi salida pactada; por ahora no aspiraría más que a describir con dibujos lo que estaba frente a mí. Partí reconociendo lo que tenía más cerca, mirando y dibujando un poste de luz con tres brazos y luego más lejos, otro que tenía cuatro. De los faroles pasé a las bancas, de ahí al monumento a San Martín; estaba apartando cada cosa y huyendo de la palabra plaza que invisibiliza todo, hasta que llegó el turno de dibujar el suelo. Las baldosas aisladas eran trapecios, dibujadas una al lado de la otra forman líneas en zig-zag, y parada sobre estas líneas de zig-zag las baldosas producen la ilusión de un piso ondulado; caminando, la planta cuadrada de la plaza se transforma en rotonda, la esquina donde se junta un lado con otro, produce un nuevo movimiento que avanza del centro de la plaza hacia su borde. Las cosas dislocadas del inventario que había descrito antes, ahora estaban pegadas indisociablemente a este suelo centrífugo, eran parte del juego de ritmos y repeticiones; me sumé a esta psicodelia de la plaza; ya no estaba frente a ella como frente a una fotografía plana, sino dentro de ella, caminando en un mundo tridimensional. De Azul partí a Coronel Pringles atraída por el anuncio “Los dinosaurios llegaron al matadero de Coronel Pringles”. El departamento de cultura y turismo había habilitado el matadero municipal para actividades recreativas y este verano estaba programada una película de Discovery Chanel dedicada a los dinosaurios, las paredes curvas del lugar eran ideales para ver el espectáculo en proyección panorámica. Mirado de lejos, el matadero parece una iglesia que tiene por campanario una torre y por cruz un cuchillo. Su forma es de tambor y está recorrido de principio a fin por rieles con ganchos para colgar los animales, puesto en movimiento grafican la faena en cadena desde el ingreso del animal vivo hasta su salida envasada, cerrando el proceso en un círculo. Como una repetición de los dinosaurios, los niños comenzaron a llegar matadero, para ver la función. De regreso a mi hotel, tenía un recado; un periodista del diario “El Orden” quería entrevistarme; me había visto dando vueltas en plaza de Pringles y quería saber los por qué de mi visita. En medio de nuestra conversación, me habló del cementerio de Laprida como una de las obras más espectaculares de Salamone, y me sugirió que fuera. Camino a Laprida, entre hilera de álamos y potreros, vi un coloso solitario que rompía la escala del paisaje, dandome la bienvenida a lo que parecía tierra de gigantes. Se trataba de una crucifixión enorme; de una cruz maciza, tres veces el tamaño del ángel de Azul, de la que se afirmaba un cristo. La figura tenía la cabeza inclinada, la mirada perdida en el cielo, la boca a medio abrir (…) Si para algo era apropiado el cubismo, era para castigar plano a plano, con ensañados y calculados tijeretazos a su víctima. Abajo, estaba el acceso, armado por tres conos o púas -uno por cada clavo anoté. La entrada se hacía por el clavo del centro, el de los pies, volví anotar. Que ciniismo hacer la entrada justo por ese clavo que condena a cristo a la inmovilidad. Un contrapunto sutil… yo camino, tu caminas; El no puede caminar. A esas alturas, disfrutaba estando de viaje, ya no me atormentaba la pregunta de por qué estaba ahí, había asumido mi personaje de turista chilena que persigue la huella del patrimonio art-decó dejada por Salamone. Con chupalla, cámara de fotos, repelente, lápiz, personifiqué mi personaje obteniendo todas las libertades que se le conceden a los intrusos, al principio se sospecha de ellos y después se les halaga e integra como visitas; al final del viaje ya había aprendido a esconderme durante las horas de calor y a salir después de siesta a la plaza como todos hacían. Una de las últimas tardes en Laprida, me senté otra vez frente a algo que me intrigaba, por sus funciones podría decirse que era un “macetero-luminaria”. Comencé a describirlo mentalmente para ver por partes encontraba nuevas pistas: es blanco, tiene forma de pileta pero en vez de agua tiene plantas, podría ser una pieza torneada en varios escalones concéntricos, pero es demasiado grande y de cemento, tiene lámparas en algunos puntos del contorno con una que remata en la cúspide, además está decorada por unas redondelas distribuidas regularmente que muerden los cantos y escalones; está en el centro de la plaza. Y forzando un poco el acertijo, resolví que se trataba de un objeto de dos turnos, por el día celebra el jardín de la plaza, la vida, y por la noche se transforma en candelabro para acompañar el romance y recibir el ocaso. No es un objeto que aterrizó ahí como parecía al comienzo, es una batuta que dirige el tiempo cíclico, del día y noche y de la noche al día. Mirando esta “escultura”, me sentí como lo personaje atrapado en el día de la marmota, sumergida en esta inercia del tiempo, entendí que mi viaje transcurría dentro de las fotografías. Las imágenes que hice y tomé, de ahora en adelante, eran un lugar al cual podía transportarme. Días más tarde, en Santiago, recibí un sobre con el diario “El Orden”; en la página 4 leo: “Investigación y turismo histórico en nuestra ciudad” Las citas de mis frases suenan rimbombantes y argentinanadas, como el párrafo donde digo “ver las imágenes fotografiadas es una cosa pero estar al lado de estas maravillas es otra …“ , el tono es raro, pero la idea es correcta; “estuve ahí”, ahí como están las plantas, las luminarias, las bancas y la estatua, disponible para ser fotografiada y aparecer también en las fotos de otros turistas. Prensa: artishock
| ![]() Archivo de Prensa |